Se libró de luchar en la Primera Guerra Mundial por su falta de salud, pese a lo cual se encargó de muchos trabajos durante la guerra, como ayudar a los heridos. Esta responsabilidad, a parte de sus investigaciones, le llevaron a sufrir un colapso por agotamiento en 1917. Los cirujanos que le operaron dijeron que sólo le quedaban tres meses de vida, de modo que volvió a su trabajo en cuanto pudo con el ánimo que le proporcionaba la idea de hacer al menos una última contribución a la medicina antes de morir. Pero con el paso de los meses se iba sintiendo cada vez más fuerte y llegó a la conclusión de que se debía a que su trabajo le hacía feliz y le inspiraba.
Para Bach, la creencia de que el estado mental podía tener un efecto directo y muy poderoso sobre la salud física se confirmó con la experiencia. Cuando descubrió los escritos de Hahnemann sobre homeopatía pensó que al fin estaba bien encaminado hacia el tipo de tratamiento natural que buscaba.
Al final, acabó por abandonar su prestigiosa y rentable consulta médica de la calle Harley de Londres, y consagró su vida al nuevo sistema de medicina que podría ayudar a las personas como individuos en vez de tratar los síntomas. A lo largo de los cinco años siguientes terminó la serie de las 38 Flores y más tarde, en 1936, murió. Fue como si su constante investigación le proporcionara la chispa que le mantenía vivo y, una vez terminada, su vida también alcanzó un punto final de forma natural.
No sólo deben emplearse medios físicos, ni escoger sólo los mejores métodos conocidos en el arte de curar, sino que nosotros mismos también debemos intentar por todos los medios eliminar cualquier defecto de nuestra naturaleza; porque una curación completa, al final, proviene de nuestro interior.
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